«La progresiva degeneración de la especie humana se percibe claramente en que cada vez nos engañan personas con menos talento» (Charles Darwin)
Como preludio para introducir esta decepción galopante que nos invade (ese aire de desencanto que se viene respirando en el ambiente estos últimos lustros) sirva aquella archiconocida anécdota de Juan Belmonte cuando -recién acabada la Guerra Civil- le preguntaran cómo era posible que un banderillero de su cuadrilla hubiera pasado de rehiletero a gobernador civil y el torero, imperturbable, respondiera con su lacónica y trastabillada tartamudez: “De… de… degenerando”. Aparte el tartajeo, no cabe decir más con menos. Ante el balbuceante panorama (social, político, económico, cultural, moral…) que se nos dibuja en este nuevo orden del mundo mundial, hoy dominado -tal como ocurriera en la antedicha anécdota taurina- por sobrevenidos subalternos presidiendo festejos con picadores, nunca sabremos -aunque lo podamos intuir- qué otro preciso gerundio nos vendría a regalar aquel “Pasmo de Triana” de tan culta y atónita mirada para así, como el que no quiere la cosa, dejar rematada la faena sin despeinarse.
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