Nupcias

De noche busqué a quien mi alma adora. Lo busqué, pero no lo encontré.
¡Me levantaré y me adentraré en la ciudad para buscar por calles y plazas a quien mi alma adora!
Lo busqué pero no lo encontré…
A mí me encontraron los guardias que custodian la ciudad: «¿Vieron por casualidad a quien mi alma adora?»
¡Nada más pasarlos encontré a aquel a quien mi alma adora!
A él me agarré y no lo solté hasta introducirlo en casa de mi madre, en la cámara de aquella que me gestó.
(Fragmento del tercer canto de El Cantar de los Cantares, atribuido a Salomón)

 

Vientos de mayo, ese viento verde nerudiano cargado de espacio y agua que nos transporta a las islas macaronésicas de los Bienaventurados (donde las almas virtuosas gozan del reposo eterno) acudiendo a una llamada, a una cita ritual de amor y belleza, también de verdad. Evocadora vinculación platónica entre esos términos tan abstractos y a la vez tan fundamentales: el amor como afán de engendrar en la belleza ligado a la propia belleza como esplendor de la verdad. Seguir leyendo