Máscaras

Cuando quise quitarme la máscara,

estaba pegada a la cara.

Cuando me la quité y me miré al espejo,

ya había envejecido

(Fernando Pessoa. Tabaquería, fragmento)

Hace ya algunos años, jugando sin juguetes con una sobrinita muy espabilada de poco más de cinco años, no se me ocurrió otra idea mejor que colocarme una máscara de tigre que había en la casa y sin previo aviso, por observar su reacción, dar un salto hacia ella al tiempo que ensayaba un amenazante rugido que más bien acabó resultando gruñido; cuál fue mi sorpresa al ver que, lejos de asustarse, se vino hacia mí para preguntarme si estábamos jugando a los gatitos. Salvadas las distancias, algo parecido a lo que le sucedió a aquél periodista sueco cuando llegó a titular la noticia del intento de golpe de estado del 23-F diciendo que en España un torero con pistola había asaltado el Congreso. Ambos episodios contienen en sí la misma escisión metafísica entre significante y significado, ese nudo gordiano de toda interacción social simbólica en la comunicación interpersonal. Para el caso, tigre-gato o tricornio-montera no dejan de ser sino los objetos significantes -referentes- cuyos significados pueden diferir en función del receptor de turno, descolocando así al respetable.

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