“El problema de nuestros tiempos es que el futuro no es lo que solía ser” (Paul Valéry. El cementerio marino, 1920)
Luego vino Cantinflas para decir casi lo mismo que el escéptico Paul, pero ya en modo gracioso: “Lo malo del futuro es que no se sabe”. Para empezar, desde un punto de vista probabilístico -como en aquella candorosa canción de Marisol- la vida es una tómbola (tom-tom tómbola, de luz y de color…) y hay que tener mucha pero que mucha potra para que tu boleto sea uno de los agraciados en la rifa. Tan es así que, según cálculos recientes realizados en la Universidad de Harvard, la probabilidad de nacer tal como somos, portadores de un genoma sin par con sus -todavía hoy- intransferibles e imperfectas perfecciones (esas orejas, esos ojos, esos andares… entre otros tantos y tan particulares trastueques) vendría a ser algo así como poner a jugar a dos millones de personas con un dado de mil billones de caras y que todos sacaran el mismo número: una casualidad inconcebible, por no decir un milagro.
Seguir leyendo