Masas

«Solo el hombre culto es libre» (Epicteto de Frigia, siglo I)

Los que profesamos el estoicismo en cualquiera de sus formas, una filosofía total de la vida aplicada a sus tres ramas: lógica, ética y física (materia ésta que hoy quedaría englobada -a la manera del positivismo comtiano– junto con las matemáticas, la astronomía, la química, la biología y la sociología, a lo que yo añadiría la economía), damos por consabido que el bien se encuentra en la sabiduría y el dominio del alma. Sus principios no prometen ni aseguran nada externo al hombre1 pues, del mismo modo en que la materia del carpintero es la madera y el bronce la del escultor, el objeto del arte de vivir (saber vivir-savoir-vivre) es nuestra propia vida (cada persona como miembro esencial de la familia universal, lejos de barreras regionales, sociales o raciales). Enseñanzas éstas que por sí solas hubieran podido parecer o, más bien, hubiésemos querido creer (a la vista está que erróneamente) antídoto suficiente como para haber dejado vacunada a la humanidad contra esta epidemia de individuos sin individualidad, espécimen hacia el que finalmente ha evolucionado (en paradójico avance hacia la retaguardia, también llamado retroceso) el contribuyente moderno: un hombre camuflado en la masa, hermoso pero débil ejemplar híbrido, fruto de la transformación del original hombre-masa de Ortega en su desesperado intento por adaptarse al nuevo hábitat, un ecosistema definido brillantemente por Bauman como sociedad o modernidad líquida.

hombre masa orteguiano + modernidad líquida baumaniana = hombre camuflado en la masa

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Resurrección

«Según el manual de la resurrección, el primer requisito que se exige para resucitar es estar vivo” (Sinopsis. Son de Mar)

He estado considerando muy seriamente la exigida premisa arriba citada (asumida ya como requisito imprescindible para resurgir de cualquier forma de desfallecimiento) antes de disponerme a renacer (en gloriosa resurrección de la carne) a un verano ya vencido que había depositado en mí (tal como dejé expresado en el post anterior del mismo nombre) un agridulce poso de melancolía y que ahora me impongo superar sin excusa ni pretexto posibles. Me obligo con ello a elevarme por encima de la debilidad implícita en la cita del profeta Ezequiel (la misma que el criminal de poca monta Jules Winnfield -Samuel L. Jackson- recita sin convicción, como de pasada, en Pulp Fiction antes de pegarle un tiro a algún pichón de su misma o parecida calaña) en la que se relata (dicho sea con la misma ironía y ambivalencia desplegadas en la película por el propio Tarantino) que el camino del hombre recto está por todos lados rodeado por la avaricia de los egoístas y la tiranía de los hombres malos.

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