Hoy, diez de agosto, es el día en el que he comenzado a redactar este post con la intención de que fuera el primero de una anunciada segunda serie de microrrelatos, pero el tema ha rebasado en mucho mis expectativas y, ante la incapacidad de poder siquiera esbozarlo en poco más de cien palabras, ha pasado a convertirse en relato único. (El mono calvo)
Como a una invocación, a una llamada irresistible de las artes, acudo a la propuesta de danza contemporánea El jardín de las delicias (de la coreógrafa canadiense Marie Chouinard) que se escenifica en el teatro romano de Sagunto, basada en el tríptico del mismo nombre realizado por El Bosco (Jheronimus Bosch) hace poco más de 500 años. Teatro, cuadro y espectáculo (historia, arquitectura, pintura y danza) nada menos, unidos con un mismo fin estético y, por lo tanto ético, a la manera wittgensteiniana (La obra de arte-estética es el objeto visto sub specie aeternitatis y la buena vida-ética es el mundo visto sub specie aeternitatis. No otra cosa es la conexión entre arte-estética y ética) esa spinoziana perspectiva eterna, intemporal, que provoca en mí un impulso irreprimible. Desde el centro histórico de la ciudad subimos por la empinada calle Castillo, en cuyas balconadas cuelgan telas de buen tamaño pintadas con alegres motivos florales que vivifican el espacio, cenamos en uno de los numerosos restaurantes que allí se concentran y así, con el espíritu dispuesto, nos encaminamos al teatro. Seguir leyendo