Mémesis

Los hombres se equivocan, en cuanto que piensan que son libres; y esta opinión solo consiste en que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas por las que son determinados. Su idea de libertad es, pues, ésta: que no conocen causa alguna de sus acciones” (Spinoza. Ética, 1677)

La originalidad ya sabemos que no existe (nada es nuevo bajo el sol) así que la mímesis como “imitación de la realidad” nos sirve en el afán por renovar creativamente sus representaciones, para realizar variaciones -recreaciones- de aspectos relevantes de esa realidad que, si le hacemos caso al pesado de Lacan, es precaria y no deja de ser un montaje o registro simbólico e imaginario de lo real. Ahora bien, de ahí a tener que tragar con la ingente profusión de memes puestos en circulación, esa nutrida sarta de estupideces nada inocentes que día a día nos invaden (por) doquier viralizados desde el ciberespacio, como la última y casi única fórmula de entender nuestra existencia, media un abismo. Un fenómeno al que he dado en bautizar (y titular) como mémesis, un palabro a caballo entre la mímesis de los imitados memes y la némesis, entendida ésta como rival o enemigo del conocimiento, a más de incidir en ese otro buscado paralelismo semántico con los individuos -los memos y las memas- que conforman esas desnortadas bandadas de internautas, si no con la memez misma.

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