Gambito

En la vida, como en el ajedrez, las piezas mayores pueden volverse sobre sus pasos, pero los peones solo tienen un sentido de avance» (Juan Benet)

De tarde en tarde gusto de recomponer sobre el ajedrez heredado de mi padre alguna de sus partidas de campeonato provincial, cuyas anotadas planillas de bella caligrafía (en su original transcripción descriptiva o notación inglesa) aún conservo: blancas (P4D) peón cuatro dama; negras (P5D) peón cinco dama; blancas (P4AD) peón cuatro alfil dama… Sabido es que el gambito de dama (aparte la famosa miniserie) es una apertura solo apta para iniciados donde las blancas ofrendan su avanzada pieza en espera de lograr, si las negras aceptan el envite, una posterior ventaja posicional, algo que -dado el caso y visto lo visto- papá la solía gestionar a las mil maravillas. He de decir que hube heredado, además del tablero, el amor (más platónico que otra cosa) por esa enconada pero noble batalla sin sangre (como dijera el otro “la única manera civilizada de hacerle imposible la vida al prójimo”) pero no su talento ajedrecístico, qué le vamos a hacer.

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Degenerando

«La progresiva degeneración de la especie humana se percibe claramente en que cada vez nos engañan personas con menos talento» (Charles Darwin)

Como preludio para introducir esta decepción galopante que nos invade (ese aire de desencanto que se viene respirando en el ambiente estos últimos lustros) sirva aquella archiconocida anécdota de Juan Belmonte cuando -recién acabada la Guerra Civil- le preguntaran cómo era posible que un banderillero de su cuadrilla hubiera pasado de rehiletero a gobernador civil y el torero, imperturbable, respondiera con su lacónica y trastabillada tartamudez: “De… de… degenerando”. Aparte el tartajeo, no cabe decir más con menos. Ante el balbuceante panorama (social, político, económico, cultural, moral…) que se nos dibuja en este nuevo orden del mundo mundial, hoy dominado -tal como ocurriera en la antedicha anécdota taurina- por sobrevenidos subalternos presidiendo festejos con picadores, nunca sabremos -aunque lo podamos intuir- qué otro preciso gerundio nos vendría a regalar aquel “Pasmo de Triana” de tan culta y atónita mirada para así, como el que no quiere la cosa, dejar rematada la faena sin despeinarse.

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Estorninos

«La trayectoria seguida por una hormiga puede parecer compleja, pero las reglas del proceso son simples» (Murray Gell-Mann)

Este pasado invierno tuve la oportunidad de volver a observar desde el jardín los sincrónicos y fluctuantes vuelos de una bandada de estorninos, una visión que -por alguna escondida razón- me hubo llevado a proyectar intuidas similitudes con el ondulante devenir de la condición humana. En el fondo viene a ser -planteada a la inversa- la misma o parecida cuestión que se preguntara el nobel Murray Gell-Mann ¿qué hay de común entre un niño que aprende su lengua materna y una cepa de bacterias defendiéndose de un antibiótico? y que, de alguna manera, él mismo trató de responderse profundizando en las conexiones entre las leyes fundamentales de la física y ese complejo mundo que vemos desplegarse a nuestro alrededor. Algo que podemos atisbar reflejado en pasajes de lo más cotidiano, sean las zigzagueantes trayectorias de una colonia de hormigas o el armónico discurrir aéreo de esa bandada de estorninos que mi subconsciente dio en confundir con las orquestadas trashumancias del rebaño humano. 

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Arborescencias

«Todo cuanto existe es fruto del azar y la necesidad» (Demócrito, siglo IV a. C.)

El día que nací me pasó lo que a Gila, que mi madre no se encontraba en casa, pues estaba (no de parranda) sino en la clínica de turno sometiéndose a una operación de cesárea de las de entonces (o sea, a vida o muerte). El azar quiso que la moneda cayera de cara y así un nuevo pimpollo (yo mismo) vino en sumarse a los más de cien mil millones mal contados de Homo sapiens “modernos” -pongamos los  últimos mil siglos- que hayamos “aterrizado” en este perro y bello mundo. Una plaga formada hoy por ocho mil millones de semejantes -más bien prójimos- reunidos en cuerpo presente (toco madera) predispuestos para crecer y más que dispuestos a reproducirse, aparte de por el gustirrinín, por ese afán atávico de seguir aportando nuevas ramas a la ya de por sí densa arborescencia de este árbol genealógico humano de tan ostensible tronco primate.

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Física

«Solo hay una ciencia: la física. Todo lo demás es asistencia social» (James D. Watson)

Una vez que el amigo James (nobel de medicina por sus descubrimientos acerca de la estructura molecular en doble hélice del ADN causante de nuestra herencia genética) lo dejara así sentenciado en la cita (incluido el retintín implícito en su aseveración) yo también me permito afirmar con algún desparpajo que todas las ciencias, por no decir todo el conocimiento humano, se reducen en el fondo a uno: la física. Ante tal aserto, al resto de “artistas” que actuamos en este circo mundial ambulante: profetas, malabaristas, escritores, cuentacuentos, saltimbanquis, charlatanes, pintamonas, predicadores, poetastros… no nos queda otra que asumir con rendida resignación el hecho de que nuestras fantasías metafísicas queden circunscritas a los dominios de la lírica, a eso que nuestro reputado genetista calificara -ya para siempre- como “asistencia social”. Un sintagma en verdad clarificador que nos remite a las tantas variantes más o menos piadosas de la caridad cristiana o sus primas hermanas (la tzedaká judía, la sadaqa islámica… y por ahí) con las que, a más de mantener entretenido al personal (lo cual no es poco) ver de arrimar una cierta tranquilidad de rebaño en su sempiterna trashumancia.

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Huellas

«Me falta un corazón / me sobran cinco estrellas / de hoteles de ocasión / donde dejar mis huellas” (Joaquín SabinaSeis Tequilas)

Hace unos meses la revista china “Science Bulletin” publicaba el hallazgo cerca de Quesang (región del Tíbet) de unas huellas de manos y pies impresas de forma deliberada (es decir, artística) en las rocas y cuya datación sugiere que habrían pertenecido al Homo neanderthalensis, si no a su afín el Homo desinova. Quede o no confirmada la noticia, lo que sí parece seguro (al menos desde los tiempos paleolíticos del Homo sapiens de Chauvet o Altamira, en su inconmensurable tránsito hacia el Neolítico) es que tales vestigios rupestres (más que las simples huellas) nos llevan a considerar que la producción de signos (lo que hoy llamamos arte) es una actividad general de nuestra especie Homo a la vez que particular de cada individuo. 

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María

Para que no te quedes / huérfana de hijo” (Luis Rosales)

El dos de abril de mil novecientos diecinueve fallecía, a sus veintitrés primaverales años, mi jovencísima abuela María1. Dos días antes ella misma había visto morir a su tan reciente marido, mi abuelo, víctimas ambos de aquella pandémica gripe mal llamada española que, para el caso, dejaba huérfano de toda orfandad a un bebé de seis meses, mi padre. Ha pasado un siglo, el mundo ha seguido girando del todo indiferente a los avatares humanos y hoy, María, he vuelto a visitar esos mismos valles de tu breve juventud. El rocoso desfiladero desembocado en una pequeña localidad que acoge la quietud de aquella casa de aire tradicional que fuera tu último hogar, junto a un río que refluye en su propia memoria el recuerdo desvivido pero sublime de una abuela ya eternamente joven.

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Macarras

«Te voy a meter dos yoyas que te van a entrar las otoplastias en resonancia, mascachapas” (Anónimo)

Cuando hoy, viendo al Putin, vengo en recuperar la imagen de lo macarra el primer flash que asalta mi memoria me retrotrae a finales de los ochenta, presenciando con mi joven mujer la adaptación teatral de Makinavaja, el último “choriso” (dicho así, con esa suavidad aportada por una descolocada y sensitiva “ese”) en un por entonces desvencijado Infanta Isabel de la calle Barquillo, escenario pintiparado -por su aire decadente- donde representar esa visión ácida de un mundo que Ivà ya antes hubiera plasmado -formato comic- en sus tiras semanales de El Jueves. Reflejo en clave de humor de un universo de bajos fondos en el que el Maki -un entrañable maleante romántico con tupé- junto a sus colegas Popeye y Mustafá, luchan sin esperanza por sobrevivir en la selva del asfalto de una sociedad encanallada. Luego vendrían las versiones en el cine, la televisión… pero ya en modo business, como un producto comercial más empaquetable y -por ello- menos genuino.

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Nasciturus

 “El problema de nuestros tiempos es que el futuro no es lo que solía ser” (Paul Valéry. El cementerio marino, 1920)

Luego vino Cantinflas para decir casi lo mismo que el escéptico Paul, pero ya en modo gracioso: “Lo malo del futuro es que no se sabe”. Para empezar, desde un punto de vista probabilístico -como en aquella candorosa canción de Marisol- la vida es una tómbola (tom-tom tómbola, de luz y de color…) y hay que tener mucha pero que mucha potra para que tu boleto sea uno de los agraciados en la rifa. Tan es así que, según cálculos recientes realizados en la Universidad de Harvard, la probabilidad de nacer tal como somos, portadores de un genoma sin par con sus -todavía hoy- intransferibles e imperfectas perfecciones (esas orejas, esos ojos, esos andares… entre otros tantos y tan particulares trastueques) vendría a ser algo así como poner a jugar a dos millones de personas con un dado de mil billones de caras y que todos sacaran el mismo número: una casualidad inconcebible, por no decir un milagro.

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Veintiuno

El pesimista se queja del viento; el optimista espera que calme; el realista ajusta las velas” (Willian Arthur Ward)

Verdad es que a punto estemos de despedir el veintiún año gregoriano de este tormentoso siglo XXI y, aún alérgico como soy a la numerología y a cualesquiera de las tantas formas de la superstición u otras cábalas, no me resisto a encabezar este escrito con tan sincrónico numeral, incrustado en la realidad de un mundo que inicia este veintiuno de diciembre su invierno boreal. Inmersos como estamos en tamañas turbulencias, bien haríamos en ajustar las velas a este nuevo contexto para, rulado el viento, poner proa al sotavento de la adversidad (económica, social, política, medioambiental sanitaria, cultural…) que viene soplando con fuerza contra nosotros, en esforzada ceñida realista que nos lleve a surcar nuevas rutas en este crucial tránsito por los siete mares de nuestra corta existencia. Singladura vital que -al tiempo- vaya dejando tras de sí su deleble rastro, una estela de espuma tal que un halo de esperanza para nuestros hijos.

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