Disonancia

Creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la armonía  de lo existente, no en un Dios que se interesa por el destino y las acciones de los seres humanos” (Albert Einstein)

 Me madrugo transitando la angosta carretera que cruza las aguas de una de las tantas marismas cantábricas, mientras despunta uno de esos radiantes días de sol de este extraño invierno en el que febrero (no ya marzo) mayea. Un perfume salobre acompaña a la brumosa bajamar que busca esfumarse por entre las serpenteantes lenguas de tierra e islotes de marjales que el brezo marino tapiza de un verde rojizo. Las lavándulas ya florecidas jaspean en lila una vegetación marismeña que va abriéndose paso entre rodales, hasta dar contra la cortina de cañas parduscas de los difuminados bordes cañaverales. En los canales, entre bandadas de gaviotas patiamarillas, una pareja de cormoranes presentan su estilizado perfil con las alas abiertas en uve y al otro lado, ya en zona intermareal, patos y garzas componen el ritmo del tiempo reverberando sus graznidos nasales… Como contrapunto a tal estridencia, en una suerte de polifonía, suenan solapados dentro del coche los primeros violines del Canon en re mayor de Pachelbel, el aire se tensa impelido por la gravedad del obstinado chelo y algo en mi interior se desborda. Aparco a un lado y subo el volumen de la música al mismo tiempo en que las garzas reales emprenden su altivo vuelo. Cierro los ojos para pensar si no es que por un momento haya perdido la noción de la realidad abrumado ante tanta belleza. Seguir leyendo