Drogas

Toda forma de adicción es mala, sin importar si el narcótico es alcohol, morfina o idealismo” (Carl Jung)

Suena la alarma del móvil vibrando sobre la mesilla y nuestro recién desperezado amigo, tal que un autómata, lo pulsa maquinalmente dispuesto a iniciar el día enchufado a Internet. Una vez repasadas las noticias engañosamente aleatorias de los newspapers a la carta, así como esa inacabable sarta diaria de e-mails puramente comerciales, echa un vistazo de aliño a su inflado currículo del LinkedIn -por si las flais- para pasar sin demora y por su orden a enredarse, agregado a través de sus variados perfiles, entre la maraña de cotilleos más o menos morbosos y otros chismes alimentados desde unas plataformas (FacebookTwitterInstagram…) tan absorbentes como genuinamente adictivas. Para acabar de arreglarlo, esta mañana se ha madrugado enganchado a un interminable hilo de insustanciales guasapeos en un grupo de gamers al que se acababa de añadir, al tiempo que youtubea distraídamente tutoriales relativos a ese reciente videojuego de guerras infernales “Doom Eternal” que se ha regalado a sí mismo (treintañero él) para, transfigurado en ardiente y sanguinario guerrero, librar a la humanidad de esos diabólicos ejércitos sin salirse de su inseparable Nintendo Switch. Antes de marchar al trabajo sorbe a la remanguillé, sin apartar la vista a esas poco más de cinco pulgadas de la pantalla, el primer café del día de los siete que engulle -desde que, tiempo ha, se conjuró dejar el tabaco- durante el transcurso de su larga y tediosa jornada laboral. No desaprovecha la ocasión de socializar y chatea por esa misma vía proponiendo al grupo una quedada para la tarde del viernes, por ver de tomar juntos unas birras o, según vaya rodando la noche, lo que se tercie (mayormente cubatas personalizados, más que nada por sentirse importante). Pero eso sí, avisa: nada de drogas.

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