Hijos

«Los primeros 40 años de la infancia son siempre los más difíciles” (Anónimo)

Todos somos hijos de alguien (cosa que no tiene mayor mérito) pero, ante todo, somos descendientes de algo (aparte de la ameba), mas la gran cuestión se nos plantea cuando tomamos la decisión de tener a nuestros hijos (propios o adoptados, da igual), la pretensión de pasar a ser padres aceptada como una experiencia vital única de amor en estado puro. Si previamente hubiésemos querido valorar (no era el caso) ciertos aspectos externos, como que la población mundial ronda los 7.500 millones de habitantes o, visto desde otra perspectiva, el que nuestros grandes referentes (Platón, Hobbes, Locke, Hume, Descartes, Kant, Nietzsche, Sartre, Smith, Voltaire, Spinoza, Shopenhauer…) nunca los tuvieran, parecería apropiado habérselo pensado dos veces o mejor, haberlos adoptado: lo mío hace tiempo que ya no tiene remedio, se llaman Miguel e Irene. Seguir leyendo

Espejos

«Cuando un mono se mira al espejo, ve un mono. En eso son superiores a los humanos” (Jean Cocteau)

El mismo Jean Cocteau que en su película sobre el mito de Orfeo (Orphée, 1950) el ángel guardián Heurtebise (amor y salvación al mismo tiempo) revela el misterio anunciando que los espejos “son las puertas por las que la muerte va y viene. Mira toda la vida en un espejo y verás la muerte trabajar como las abejas en una colmena”. Nos enfrenta así a la realidad de lo humano y su finitud: la imagen de la muerte trabajando. Del mismo modo que el cine, el espejo refleja lo que no se ve, devolviéndonos una realidad latente y oculta. Seguir leyendo

Almas

«Las religiones y las filosofías pasan, el aceite de oliva permanece”          (El mono calvo)

En un relato de Italo Calvino uno de sus personajes, en su habitual paseo por el acantilado, observa cómo una mano asoma por una ventana de la gran cárcel hacia el mar. Ese hecho banal lo llega a interpretar, no como una señal del preso hacia su persona sino como una señal que venía de la piedra, como si la mano hubiese salido de la roca para advertirle de que la sustancia de la roca era común a la suya propia y que por ello algo de lo que constituye su persona perduraría, no se perdería con el fin del mundo. Ante ello el personaje concluye que: sería posible una comunicación en el desierto carente de vida, carente de mi vida y de todo recuerdo mío. Seguir leyendo